Acabo de leer en el Nuevo Herald, que Orlando Zapata ha muerto. Era un disidente cubano que estaba encarcelado y llevaba 83 días en huelga de hambre. Es la primera vez en casi 40 años que un activista de la isla muere de hambre para protestar por los abusos del gobierno.
En este tipo de casos se evidencian los regímenes y sus formas. En una democracia alguien hace huelga de hambre para, digamos, salvar a las focas -y que conste que me parece loable- y enseguida sale por los periódicos de todo el país. Las telemisoras se pelean por los ángulos de cámara y lo vemos en los telediarios de todas las cadenas.
En una dictadura, no. Apuesto que en Cuba, el 98 % de los ciudadanos no tienen la menor idea de quién era ese hombre, qué le llevó a la cárcel, si estaba o no en huelga de hambre. Ha muerto por disentir de un régimen que le ha apartado y ocultado, como basura bajo la alfombra de su propia ignominia.
Los lectores no cubanos, puede que no sepan que en Cuba, los presos políticos son encarcelados junto a los presos comunes, ya que no se reconocen como políticos y trasforman sus casos hasta encontrar una causa civil por la cual juzgarles. No se dicen sus nombres en la prensa -que es sólo estatal- casi nunca y cuando se mencionan es sólo para degradarles. Una vergüenza.
Orlando Zapata ha muerto y un trozo de nuestra dignidad lo ha hecho con él.