miércoles, 24 de febrero de 2010

Orlando Zapata: ¡Y que todavía haya gente que defienda "aquello"!

Ilustración de David Tamariz

Acabo de leer en el Nuevo Herald, que Orlando Zapata ha muerto. Era un disidente cubano que estaba encarcelado y llevaba 83 días en huelga de hambre. Es la primera vez en casi 40 años que un activista de la isla muere de hambre para protestar por los abusos del gobierno.

En este tipo de casos se evidencian los regímenes y sus formas. En una democracia alguien hace huelga de hambre para, digamos, salvar a las focas -y que conste que me parece loable- y enseguida sale por los periódicos de todo el país. Las telemisoras se pelean por los ángulos de cámara y lo vemos en los telediarios de todas las cadenas.

En una dictadura, no. Apuesto que en Cuba, el 98 % de los ciudadanos no tienen la menor idea de quién era ese hombre, qué le llevó a la cárcel, si estaba o no en huelga de hambre. Ha muerto por disentir de un régimen que le ha apartado y ocultado, como basura bajo la alfombra de su propia ignominia.

Los lectores no cubanos, puede que no sepan que en Cuba, los presos políticos son encarcelados junto a los presos comunes, ya que no se reconocen como políticos y trasforman sus casos hasta encontrar una causa civil por la cual juzgarles. No se dicen sus nombres en la prensa -que es sólo estatal- casi nunca y cuando se mencionan es sólo para degradarles. Una vergüenza.

Orlando Zapata ha muerto y un trozo de nuestra dignidad lo ha hecho con él.

viernes, 19 de febrero de 2010

Morirse en Cuba

Perdonen lo fúnebre del post, pero el otro día comentaba con una amiga sobre los tanatorios, tristes lugares donde acabar este cuento, dijo ella con toda la razón del mundo. Está claro que la muerte es triste, pero aún peor, es que sea indigna.

Cerrando los ojos evoqué la funeraria de Santiago de Cuba, es la que aparece en la foto. Si, queridos lectores, digo LA funeraria, porque es la única funeraria de una ciudad de casi medio millón de habitantes. Tiene 2 pisos, pero en el segundo sólo hay 2 salas, el resto están en el primero y en el sótano. Son salas sin ninguna privacidad, donde se mezclan los llantos e incluso gritos de los dolientes.

He tenido la desgracia de pasar un día y una noche entera en ese edificio cuando murió mi abuelo. La familia al estar desperdigada por todo el territorio nacional, tuvo que venir a Santiago y nosotros los esperamos para el entierro. Sinceramente, lo que se pasa allí no se lo deseo a nadie.

La funeraria como todos los lugares, es también estatal, por lo que las flores y el servicio depende de organismos del gobierno. Así que las flores son las que hay y las coronas se hacen todas iguales y a todas se les pone una especie de banda de papel con la dedicatoria practicamente ilegible por la mala tinta con que las escriben. Siempre queda la posibilidad de encontrar algunas flores y coronas de algún vendedor ilegal, que posiblemente las haya robado incluso del mismísimo cementerio.

Perder un familiar ya es un hecho terrible, pero el estar en la funeraria, es horrible. En la noche, pasan todo tipo de personajes a la sala donde estás, lo mismo vagabundos que curiosos de toda índole que van haciéndose pasar por conocidos sólo para tomarse el café que brindan. El personal que allí trabaja, hace lo que puede, que no es mucho, aunque conocí una mujer que repartía café a los dolientes con tazas compradas con su dinero, porque le daba vergüenza hacerlo en las sucias y desbaratadas tazas que allí se encontraban.

Luego, ni hablar de los ataúdes o los carros fúnebres. Sólo recordar que el cristal del ataúd de mi abuelito se cayó cuando lo movieron dan ganas de llorar. Eso sí agradezco infinitamente que esa noche que pasé no se hubiera ido la corriente como me contaron que sucedió el día antes. Dicen que la gente gritaba de susto y de pena.

Soy consciente de que muchas veces en los periódicos de han escrito quejas y más quejas, peticiones para mejorar esa funeraria y construir otra, pero nada. En Cuba tanto la vida como la muerte siguen careciendo de importancia o dignidad, al menos para el gobierno.

martes, 16 de febrero de 2010

Una de vuelta



Desde hace bastante tiempo no escribo. No es que se me hayan secado las ganas. Las musas siguen intactas confundiéndome a cada paso o acontecimiento. Discuten, se pelean entre ellas por los temas a tratar. Sin embargo, cuando me decido por alguno y me siento al frente la pantalla, blanca y luminosa hoja virtual, no salen las palabras.
Hay cierto desencanto, cierta desilusión, un poco de asco por este mundo. Quiero creer que las cosas buenas son más que las malas, que las buenas personas son muchas más que las otras. Que los malos son infelices. Quiero mirarme al espejo por las mañanas y dejar la cara del eceptisismo en el lavamanos. Es esa alta dosis de ironía, la que no me deja escribir.
Pero no puedo dejar que gane. No quiero. Así que vuelvo a lanzar mis botellas al mar. Con mis recuerdos y mis esperanzas. Es la mejor forma que he encontrado de reconciliarme con los primeros y de mantener a las segundas, de alguna manera, a salvo.
Morgana.